07/Dec/2000

Tocando madera Margarita

Antes lo común era hablar más de escultores que de esculturas. Sin embargo, en las últimas décadas esa realidad se ha trastocado: son las mujeres quienes llevan la batuta en estos menesteres haciendo arte con la piedra, el mármol, el metal y la madera. Margarita Checa es una de ellas.

Formada en la Universidad Católica, la artista realizó su primera exposición individual en 1977 en la galería Camino Brent, ya “antes en 1972 y 1975 había participado en colectivas.

“Siempre hice cosas con las manos -artesanía, dibujos, pinturas. En la universidad recibí el impulso necesario y luego aprendí a dibujar con Cristina Gálvez. Ella y Ana Maccagno fueron las grandes maestras de muchas artistas”, recuerda Margarita.

Si bien su obra actual es a base de madera, ella empezó con el bronce, pero fue la necesidad de crecer como artista la que determinó que acudiera a ella. “Finalmente, descubrió que la madera le proporcionaba lo que ella buscaba. El olivo, la caoba, el cedro son algunas de las variantes con las que trabaja, mas ella prefiere el primero. “Mi hermano Manuel me regaló los dos árboles de olivo que tenía cortados. Desde ese entonces, trabajo con esa madera”, recuerda.

Ya con la madera como material de trabajo, Margarita deslumbró a propios y extraños con sus cuerpos tallados de dimensiones mayores a las nuestras. Féminas esbeltas y elásticos animales formaban parte de un universo fantástico, con ello la escultora se alejaba del estilo abstracto de sus compañeros de profesión.

Empezando los años noventa viajó hacia Costa Rica. En los trópicos su convivencia con maderas centroamericanas originó que su trabajo se vuelva más minucioso. Pliegues y brocados enriquecieron la superficie en donde incisiones le dieron la posibilidad de incrustar maderas de distintos tonos y  aplicaciones de cuero y metal.

A  su regreso al  Perú, en 1996, se estableció en lea donde sus familiares. A partir de allí volvió a la palestra peruana y realizó muestras individuales y colectivas no sólo en Lima, sino también en el extranjero, en ambas se percibió   una transformación refinada.

Ese talento le ha permitido exponer con éxito en Estados Unidos, en el Unveiling of Gea de Knockville y en Lowe Gallery de Atlanta. Precisamente, nuestra escultora ha estrechado su relación  con ese país desde

1997,  cuando un par de importantes coleccionistas le encomendaron    hacer   una   gran escultura de bronce para ser instalada en un jardín de esculturas en Knoxville.

Como todo proceso productivo, la obra de un artista cambia. “Mi trabajo ha cambiado mucho, pero también mi vida. Mi obra es un autorretrato de mi vida. En cuanto a las motivaciones, lo esencial se mantiene. Lo de afuera despierta en uno lo que busca dentro de sí mismo. Mi búsqueda es interna”, anota.

A su criterio, cuando uno comienza sus búsquedas, sus horizontes, debe hacerlo honestamente. “He leído mucho a Joseph Campbell y me sorprendí porque los nombres que les daba a mis piezas los encontraba después en sus escritos. Era como vivir un arquetipo, una cosa no va sin la otra, los encuentros refuerzan o rechazan nuestra búsqueda, por eso es que hay que ser honestos con nosotros mismos”, remarca.

Le preguntamos hasta qué punto el arte en un país como el nuestro puede ayudar al desarrollo humano y social. “En un momento dado, cuando había tanta violencia en el Perú dudé de mi profesión, pero encontré algo importante: ante tanta destrucción el hecho de hacer arte en esa coyuntura era absolutamente árido y desolador, pero a la vez básico porque así se contrarrestaba lo negativo, era una respuesta ante la destrucción”, confiesa.

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