10/Dec/1995

Tres mujeres para un jardín

En el Rincón de la Calle Real, Escazú, desde ayer exhiben sus obras las pintoras Meredith Paúl y Rocío Zunzunegui, junto con la escultora Margarita Checa

Todo comenzó con la amistad y él arte como elementos en común. Hay una especie de unidad tribal en estas tres mujeres, a partir precisamente de su apetito por la creación y la búsqueda de respuestas estéticas ante las interrogantes que surgen de sus propias existencias. Aun cuando cada una posee un vocabulario plástico personal e inquietudes temáticas diferentes; aun cuando las tres provienen de diferentes latitudes del planeta, ahora en Costa Rica las une la vocación común de la creación plástica. Ellas pertenecen a esa tribu.

Meredith Paúl, pintora estadounidense que reside desde hace muchos años en el país, Rocío Zunzunegui, pintora española con menos tiempo que Meredith de habitar esta tierra, y Margarita Checa, escultora peruana que lleva tres años entre nosotros y confiesa estar fascinada., pues siendo lo suyo principalmente la talla en madera, al llegar a Costa Rica en cada tronco en abundancia, al igual que las variedades descubría presencias e imágenes ocultas que la invitaban a trabajar. Ellas tres ahora exhiben algunos de sus trabajos más recientes, en el jardín interior del Rincón de la Calle Real, un café librería con olor a pasado y casa antigua, que abre sus puertas al público de martes a domingo en Escazú, frente a la residencia del Embajador de Estados Unidos.

Meredith Paúl es de las tres quizás la más conocida en nuestro medio gracias a sus múltiples exhibiciones individuales a lo largo de los años. Su estilo y temática para esta muestra no ha cambiado. Se trata de un acercamiento a la naturaleza, la recuperación del verde, el cortejo, la exuberancia, la pasión encendida a partir de los pétalos de las flores que capta en primerísimos planos. El movimiento del viento y sus caricias sobre tallos y pistilos. Es la traslación del enamoramiento hacia el terreno vegetal en esa cautivación por la belleza y la perfección de lo efímero que habita en las flores y que ella eterniza en cierto modo al sacarlas de su entorno y trasladarlas al lienzo, donde, sin perder vitalidad, quedan sin embargo vigentes más allá de su ciclo de vida.

No hay aves, no hay seres humanos, solamente presencias vegetales y una técnica muy controlada capaz de exponer más allá de la apariencia, un universo tropical de pasiones y febril belleza.

Rocío Zunzunegui es pintora de escuela, una española que trabaja con una técnica muy diferente a la de Meredith; lo cual hace “más interesante la muestra. Su paleta es mucho más híbrida y su temática fluctúa, pero se caracteriza por su enciclopedismo, su conocimiento e incorporación de la historia del arte y la cultura. Es por eso que en sus cuadros ella propone homenajes, se acuerda de mujeres literarias, que son reales en el texto y en su mente y las recrea desde su óptica, las viste con traje de época, pero les superpone sus propios elementos como un anfibio en verde sobre su visión en oro de la Madame Renal, personaje de Stendhal en Rojo y Negro, que ella ahora propone a través de su lectura personal. Retratos de mujeres perfiladas, niñas quizás, o más bien la infancia con apariencia de mujer sobre un fondo rojo. Zunzunegui es una creadora que aborda el cuadro con una paleta amplia, con materiales más allá de los pigmentos, interpretando su propia realidad interior en esa mezcla de sentimientos y educación académica que caracterizan su estética. Es una mujer que trabaja un cuadro hasta el infinito, a menos que se deshaga de ellos, aunque cuando los vuelve a mirar, señala, siendo ya propiedad ‘ ajena, “me dan unas ganas de intervenirlos nuevamente, que no te cuento.”

Margarita Checa es una artista diferente en temperamento a las dos anteriores, no solo porque lo suyo es la escultura, sino especialmente por la pausa con que vive, la parsimonia con que mira, piensa y habla. Así es su mujer Gea, una monumental presencia femenina trabajada en madera de teca, apoyada en un báculo entre frágil y emblemático, con un ave tallada en guanacaste que descansa sobre su hombro derecho. Se trata de una mujer sin tiempo, con una figura delicada y muy estilizada, una suerte de perfección que da la sensación de liviandad, a pesar de estar tallada en una madera de un peso tremendo.

Pero ella se las arregla para encontrar el equilibrio, para llegarle a la gravedad y advertir una presencia expectante, de una mujer que se sostiene descalza y bebe de la tierra misma lo que ella representa.

Entiendo que los intereses temáticos de Margarita andan por el mundo del zoomorfismo, que le interesan las cabezas de animales y siente especial atracción por los caballos. Conozco poco su obra, pero esta Gea sacada de la teca, con incrustaciones de otras maderas, que sobre esa figura parecen gemas preciosas, por el cuidado con el que están puestas sobre el cuerpo piel de una mujer desnuda que, sin embargo, parece vestida, provoca una sensación de paz y armonía singulares.

Cada una con su lenguaje y sus materiales, todas con esa voluntad tribal que las reúne porque sí, porque quieren exponer juntas e invitar a los demás a compartir con ellas sus búsquedas y sus hallazgos. Desde la tropicalia febril de Meredith, hasta la pintura culta de Rocío, la historia se detiene en la Gea de Margarita, que nos hace mirar hacia abajo a pesar de su estatura y descubrir el sitio en el jardín, desde donde brotan las raíces que sostienen las creaciones de estas tres mujeres.

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